domingo, 28 de diciembre de 2008

De Sinsabores, Dragones y Poetisas...

" San Jorge y el Dragón" 1470. Paolo Ucello

Repito como un Mantra el poema de Amalia Bautista a la vez que no dejo de acordarme del cuadro de Paolo Ucello, ese ante el que nos detuvimos aquella mañana -o quizá fue una tarde, eso no lo recuerdo- en la National Gallery de Londres, sin acordarlo, simplemente porque a ambos nos sorprendió que una obra del Quattrocento pudiera tener una estética tan cercana al cómic o a las ilustraciones de los cuentos. Desde aquel día, esta representación de San Jorge matando al Dragón, nos hipnotizó y fascinó.

Vivo una lucha, un enfrentamiento, en el que al final, ambas energías se anulan mutuamente, quedando sólo el vacío... un vacío en el que tanto la alegría como la tristeza dejan de tener sentido...


MATAR AL DRAGÓN
Ha llegado la hora de matar al dragón,
de acabar para siempre con el monstruo
de las fauces terribles y los ojos de fuego.
Hay que matar a este dragón y a todos
los que a su alrededor se reproducen.
Al dragón de la culpa y al dragón del espanto,
al del remordimiento estéril, al del odio
al que devora siempre la esperanza,
al del miedo, al del frío, al de la angustia.
Hay que matar también al que nos tiene
aplastados de bruces contra el suelo,
inmóviles, cobardes, desarraigados, rotos.
Que la sangre de todos
inunde cada parte de esta casa
hasta que nos alcance la cintura.
Y cuando ese montón de monstruos sea
sólo un montón de vísceras y ojos
abriertos al vacío, al fin podremos
trepar y encaramarnos sobre ellos,
llegar a las ventanas, abrirlas o romperlas,
dejar que entre la luz, la lluvia, el viento
y todo lo que estaba retenido
detrás de los cristales.
Amalia Bautista. (Estoy ausente, 2004)

"Escribir poesía no es una tarea grata. Siempre hay un trecho, muchas veces un abismo, entre el poema que querríamos hacer y el que finalmente hacemos. Hay que luchar contra la dificultad y contra la facilidad, y es mucho más complicado hacer un poema al que no le sobre nada que un poema al que nada falte" Amalia Bautista.

En este caso y para mí, nada le sobra y nada le falta.


lunes, 22 de diciembre de 2008

Martina

Martina a las 8 horas de nacer

- Mira hacia abajo y tira de ella- le dijo la matrona. Se incorporó ansiosa y buscó a Martina para poder tocarla al fin. Ambas estabas exhaustas, pero no por ello ese bebé que aún tenía las vías respiratorias taponadas y cuyo cuerpo continuaba unido al de su madre por el cordón umbilical, dejó de hacer esfuerzos por abrir sus castaños ojos y poder ver la cara de su MADRE.

Una primera mirada que las vinculó de inmediato convirtiéndolas en UNA.

Decidió abrir los ojos al mundo un soleado 21 de Diciembre. Un día luminoso de estos que invitan a sentarse en un banco, mirar al cielo, respirar y dar gracias sin más... Algo que hicimos su padre y sus dos tías cuando salimos un rato del hospital.

En este caso dimos las gracias por una nueva vida que ha llegado para llenarnos de ilusión... porque Martina, tan pequeña, tan indefensa y tan ausente de todo cuanto acontece a su alrededor, ha sabido nacer en el momento adecuado.

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Si es que... es un ratoncito...

domingo, 7 de diciembre de 2008

The Destruction Of Small Ideas*

Al fin pude agarrar una. No recuerdo su aspecto, si era alta o baja, flaca u oronda, sólo recuerdo la sensación de placidez al comprobar que no era tan escurridiza como parecía. Tras intentarlo un día y otro día, al fin cayó. Caminaba apretando la espalda a la pared, sigilosa, amoldándose a las formas de la superficie sobre la cual se apoyaba, palpando para no perder el equilibrio y adquirir mayor relieve del que tenía, ya que sabía que eso sería un riego. Cerca, a escasos milímetros, vi a otra descolgarse por una oquedad. Aprovechó un filamento que conducía a otro espacio para dejarse caer rápidamente. Todo un complot. Las sentía moverse pero era incapaz de cazarlas. En los momentos de mayor descontrol, aprovechaban para rebelarse: revoloteaban, se cruzaban unas con otras, chocaban contra las paredes y hasta podía escuchar sus risas traviesas y nerviosas provocadas por el juego. Riéndose de todo, riéndose de mí. Un descuido o quizá un rayo de lucidez la enfocó y quedó al descubierto. Mordí con saña y enseguida crujió. Al principio me resultó amarga y el sonido retumbó hasta marearme... pero sabía que era la única manera, y que de no masticarlas bien, no llegaría a digerirlas, provocándome mayor rechazo hacia el mundo y hacia mí, además de un dolor que me doblaría en dos de forma continua. Tras la primera, las demás fueron cayendo una tras otra. Lo inesperado, el efecto sorpresa, fue su perdición, porque los años de experiencia las habían llevado a creer que no reaccionaria nunca. Se fiaron en exceso de la repetición y la costumbre. Se creían seguras en un cerebro con un esquema mental tan rígido como una piel secada al aire y siempre presente cuando lo consciente salía a pasear. Las mastiqué una a una, perdiendo el asco y viendo el beneficio en cada movimiento de mi mandíbula. Tragándolas con la dificultad del niño al que la carne se le ha hecho bola, pero no dejando de hacerlo por ello. Y digerí todas esas ideas. Me miraron despedazadas cuando los jugos gástricos aún no las cubrían, asustadas y desconcertadas. Y se fueron sumergiendo una a una hasta desaparecer. Digestión a golpe de omeprazol... pero digestión al fin y al cabo.
* La destrucción de pequeñas ideas

jueves, 20 de noviembre de 2008

Ella y Ella


Ella se encontraba despierta pero Ella se sentía dormida. Podía ver y escuchar e incluso a ratos sentía... pero pasaba largas horas dedicada al acto repetitivo y enfermizo de presionar con el dedo índice distintas partes de ese que decían, era su cuerpo. Un cuerpo que cada día le era más ajeno. En los momentos de desesperación pausada -esa que nace dentro pero no encuentra lugar para derramarse y en su intento de huída descontrolada contamina hasta el último rincón-, cogía un objeto punzante; “un dedo" -pensaba- "carne de mi carne, con el mismo tacto y de la misma naturaleza, le puede pasar desapercibido a mi piel. Mejor probar con algo externo a mi” Y pinchaba como una autómata en uno y otro lugar, sin orden ni criterio, únicamente buscando sentir, buscando sentir a través del dolor. Su mirada fija. Su cuerpo inerte. Y la sangre dibujando caminos sobre su cetrina piel, siguiendo los surcos de la sequedad y la dejadez.

Escuchó voces punzantes que anhelaban tanto como ella que surgiera esa expresión del sufrimiento que le demostrara que estaba llena de vida. Borbotones de vida. Buscaban pinchar en el lugar idóneo, conseguir que un único salto de agudo dolor fuera el desencadenante del desentumecimiento de su cuerpo, del despertar de su Alma y de la vuelta del color a sus mejillas, otrora sonrosadas, hidratadas e iluminadas. Ahora, la sal de sus lágrimas había absorbido cualquier rastro de tersura en su piel. Esas voces eran suaves y cálidas, verbos hechos abrazos... pero no conseguían más que hacerle llorar más por dentro. Porque ninguna presión, pinchazo o voz punzante, en ese momento era la solución. Las palabras morían antes de llegar siquiera a sus labios... pero sus ojos, aun cargados de tristeza, agradecían y trataban de sonreír en silencio, lamentándose por no ser capaces de devolver ese abrazo de alguna manera.

Durmió su cuerpo y optó por hibernar. Sabía que antes o después la primavera llegaría. Y sentiría. Y sabría devolver con intereses la confianza e inversión de quien creyó en Ella.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Rendijas

Dave McKean. (Detalle)

Cerró las puertas y las ventanas, miró al suelo, corrió a por trapos y, arrodillándose con el ímpetu y la flexibilidad de un niño, quiso tapar hasta el último hueco o rendija por el que se pudiera escapar. Fue de un lado a otro sin ser capaz de fijar la mirada, jadeando, sin apenas poder respirar... sabiendo que tenía el tiempo contado y que cualquier error, cualquier poro por minúsculo que fuera, podía convertirse en un dique de contención que de pronto se desbordara arrastrando y asolando todo cuanto encontrara a su paso.

Escuchaba el silencio día y noche, prefiriendo hacerlo a oscuras para aguzar más el oído, dejando de respirar en cuanto creía oír algún silbido que indicase que algo no había quedado sellado...

Y lloraba, se balanceaba y rezaba pidiendo a Dios que aquello tan valioso no se le escapara. Que sus deseos, propósitos y esfuerzos por evitarlo sirvieran para algo. Que la presión, el miedo, la incertidumbre y la desazón desaparecieran, para así poder sacar el corazón de su bolsillo, ese que ahora era ceniciento y viscoso y tenía pegado hilos, pelusas, trozos de kleenex, una moneda de céntimo y las dos entradas de una película que hacía poco habían visto en el cine, y conseguir devolverlo a la vida y escucharlo latir con la fuerza y el color del primer llanto de un recién nacido: un llanto de vida, esperanzas e ilusión. Un llanto granate rabioso.

Y el aire dejó de entrar y con ello el flujo de oxígeno.

Y no dormía temiendo no descubrir la grieta.

Y tanto temblaba que sentía las paredes vibrar.

Y ahí se quedó parada, esperando callada, ahogándose en el silencio y la humedad, mirando a todos lados sin mover más que los ojos, y anhelando hasta el dolor que quedara algo que poder conservar y abrazar.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Crisálida


Se percató de que era la segunda vez en pocos minutos que se acercaba al espejo y, tirando con el índice de sus acusadas ojeras, buscaba una tonalidad distinta, un indicio de algún mal o enfermedad, y se sintió un poco ridícula. Aún paladeaba el sabor a alcohol y excesos y trató de recordar qué había bebido- haberse preguntado cuánto, habría sido como lanzar un globo al aire; perdió la conciencia a las pocas horas de estar allí-, y también de labios de quién lo había hecho, aunque todos los intentos por volver a la noche anterior resultaron estériles. Se sentó en una silla y vomitó repentinamente sobre sus Louboutin.
-No, no y no... ¡mis Loboutin no!- dijo mientras se arrodillaba en el suelo y trataba de enmendar semejante desaguisado, aunque se dio cuenta de que esas punzadas de dolor que en otras ocasiones le habían doblado cuando sus cómplices en la conquista habían sufrido algún desperfecto, se habían suavizado hasta apenas convertirse en un leve cosquilleo.
Se duchó, se puso una camiseta de tirantes y unas braguitas y fue a recostarse al sillón. Se quedó dormida.
Cuando despertó, lo hizo con un sobresalto y comenzó a llorar. Se acercó al espejo de cuerpo entero de su habitación, sacó la lengua y se la examinó.
-¡Joder!, tercera vez que busco síntomas de enfermedad. ¡Tengo una resaca de caballo y punto!- se dijo alzando la voz.
Pero se quedó muda al ver la imagen que le devolvía el espejo, ese en el que tantas veces se había mirado, asomando la cabeza sobre su hombro cuando se encontraba de lado, para poder apreciar el cuerpo que los demás veían. No se reconoció.
-Es sábado- se dijo- llevo más de medio día durmiendo en el sillón, ¡me he puesto ropa interior blanca!, y encima arrastro una manta que me regaló mi madre por toda la casa... ¡qué coño me pasa!
Pero a pesar de sus recriminaciones volvió a envolverse en la manta y se tumbó frente al televisor. Se sorprendió riéndose y aplaudiendo ante programas que no había visto en su vida. ¿Cómo preferir quedarse en casa un sábado por la tarde-noche pudiendo retozar en una cama junto a Héctor o caminar como una gata sobre el cuerpo de Guillén? Aunque este sábado ni se lo planteó. Su teléfono vibró 4 o 5 veces a lo largo de la tarde, pero una de ellas le pilló vomitando de nuevo en el baño, dos ensimismada con lo que estaba viendo, una leyendo la composición de algunos de los frascos que almacenaba en su nevera, y la última enfrentándose a una suculenta ensalada acompañada de pescado a la plancha. Le supo a gloria porque comió con hambre, y debían de ser las 21:00 cuando se dio cuenta de que no había encendido un cigarrillo desde que se levantó. Hizo ademán de cogerlo, pero el agotamiento le impidió siquiera levantar la cajetilla de la mesa.
Los días siguientes no fueron mejores. Desayunaba algo más que un cigarrillo, buscaba llegar a casa pronto después del trabajo e incluso cambió los ejercicios matinales sobre la mesa del despacho vecino por unas clases de Body Balance que, según decía ella, “le hacían sentirse en equilibrio. Algo muy extraño pero bienvenido” Hasta optó en alguna ocasión por calzar bailarinas para ir a trabajar a ver si se apaciguaba su dolor de espalda.
Y es que esa piel aterciopelada que la había cubierto hasta el momento se le fue antojando reseca y sin vida... Una cutícula cada vez más traslúcida de la que despojarse ahora que había optado por volar.


Imagen: Gustav Klimt. Detalle. "Esperanza I"

sábado, 1 de noviembre de 2008

Un jueves cualquiera


Como tantos otros jueves cogí el tren de las 18:00 de la tarde. El mismo viaje, el mismo paisaje pero distintas personas. Nunca son las mismas, a pesar de la rutina semanal. A veces coincides con alguna azafata o con el azafato-camarero que atiende en el bar, y son estas las únicas caras reconocibles de una a otra semana. Llegada a la estación y comienzo ya del viaje; no del recorrido sino de la aventura que supone entrar en un tren lleno de gente, como tú, como yo, o acaso tan diferentes. La tienda de revistas; no cabe un alma. Maletas golpeando y tratando de hacerse hueco entre los estrechos pasillos, personas alzando la vista y pidiendo disculpas, billetes entre los labios a falta de manos y ese hombre que me empuja al pasar, girándose de inmediato para excusarse, sin dejar de avanzar con prisa. Ese mismo hombre que, minutos antes, me miraba con curiosidad cuando he entrado en la tienda: gabardina verde, pelo cortado al uno e inmensas patillas, y lo recuerdo porque yo también le he mirado. Salgo pidiendo paso y las pertinentes disculpas, con mi billete entre los dientes, las revistas apoyadas en algún lugar entre mi mano y mi cadera y el cambio entre los dedos que tratan de empujar la maleta. ¿Por qué siempre voy por la vida con maneras de malabarista? Hoy el tren ya se encuentra en la vía, lo que me hace respirar aliviada al pensar que no estaremos todos pendientes de una pantalla que dará la salida para el comienzo de la carrera. ¿Por qué la gente corre si todos tenemos un asiento asignado? Una “amable” azafata sella mi billete y gruñe algo que parece ser un “vagón número 2”, aunque he de buscar mi papel para comprobarlo, porque ni me ha mirado y así es imposible leerle los labios a nadie. Me dispongo a bajar la rampa mecánica, no sin antes colocar mi maleta detrás de mis piernas. Las maletas de cuatro ruedas, en combinación con las rampas de Atocha, pasan a tener vida propia... y no estoy dispuesta a bajar corriendo impulsada por su peso, otra vez no.... y menos hoy, teniendo en cuenta la altura de los tacones de mis botas. Busco mi coche sin dejar de mirar a las ventanillas y a las personas que ya están dentro. Poca actividad en los vagones aún. Llego, entro y trato de alojar mis pertenencias en algún lugar... ¡ahora entiendo por qué corren! Me las veo y me las deseo pero al fin me libero del peso. Busco mi asiento con relativa rapidez y seguridad (ya son muchos viajes) y veo que ya hay alguien sentado al lado. Cierro los ojos durante un segundo y rezo algo muy cortito para que quien va a acompañarme durante esas cuatro horas no sea: a) un mochilero que no se ha duchado desde que comenzó su viaje, b) alguien que no respeta los silencios y que habla sin parar, c) un hombre o mujer con rastas (me estaría picando la cabeza todo el trayecto), d) una de esas personas que hace de su asiento (y del de los demás) su casa y no duda en descalzarse o robarme parte del escaso espacio. Me asomo con los ojos medio cerrados, con ese gesto del que quiere ver la película de miedo pero no quiere verla, y respiro por segunda vez desde que entré en la estación. Hoy es un hombre que ronda los cuarenta con pinta de aseado. He tenido suerte. Le saludo amablemente y me siento. Comienza el despliegue: dos libros- en este caso “Octaedro” de Cortázar y “Trilogía De Nueva York” de Auster- dos revistas –una de moda y otra de cotilleos- mis gafas de pasta azul, chicles, un chupa-chups kojak, galletas filipinos, mi teléfono móvil, y el i-pod. Levanto la cabeza, en un acto reflejo, al escuchar a alguien que entra hablando a gritos con su móvil: “sí, una puta conferencia en Valencia... brrrrr”, y al pasar me doy cuenta de que esa gabardina verde me suena, y que el tipo se va a sentar dos asientos por delante del mío, exactamente en el 4 a. Y pronto me hago una idea de a qué categoría pertenece; no tengo más que observar como mira a las personas de los asientos de alrededor, apoyando el teléfono en su hombro mientras se quita la gabardina, también ahora con prisas. Y por supuesto, me mira dos veces en el intervalo de dos segundos, al darse cuenta de que ya nos vimos hace un rato; incluso intimamos tanto que me empujó. Ojeo una de las revistas, compruebo la hora y si me ha llegado algún mensaje y espero a ver quién se sienta frente a mi (sí, el día que cargo con el ordenador no me dan asientos de cuatro con una mesa entre medias... pero hoy sí) Y no tarda en aparecer una pareja de chicos de unos veintitantos años que comprueban con cierta desilusión que no van sentados juntos, sino que les separa el pasillo. No dicen nada ni piden a nadie que les cambie el asiento, a pesar de que uno de ellos tendrá que viajar al lado y encarado con una madre y dos niñas pequeñas. Podría haberles ofrecido el mío, pero después del despliegue... Llega la chica que ocupa el cuarto asiento justo cuando el tren empieza a moverse. Y no hemos hecho más que salir de la estación y ya he podido fijarme en el hombre con pinta de pijo trasnochado que se asoma al vagón desde la cafetería. Pelo con entradas, muy rizado y engominado, y patillas. Pantalón levi´s desgastado, camisa rosa y jersey gris de Ralph Laurent. ¿Llevará castellanos? No puedo ver tanto desde mi posición, aunque ganaría si apostara. Con algún kilo de más, cara de interesante y el periódico entre las manos. Hace que lee, pero pasa más tiempo escaneando a las mujeres que fijando la mirada en el papel. Y de vez en cuando sonríe como si alguien se hubiera percatado de su presencia. Me pregunto qué hará aquí y a donde irá, aunque no le presto más atención y comienzo mi lectura. Apenas habla nadie y la gente se coloca los auriculares para poder ver la película. “Los falsificadores”, creo que paso. Si por algo opto por el tren en vez de viajar en coche es precisamente para regalarme cuatro horas de lectura, de momentos en los que pensar con la vista perdida, escuchar música sin que nadie me moleste, jugar a seguir el paisaje sin marearme o charlar con alguien interesante que se siente cerca, algo que no ocurre casi nunca porque mi gesto y mi deseo de abstraerme durante esas horas no invitan. Primeros ronquidos y voces de niños. Uno en particular arranca a reírse a carcajadas, de esa manera espontánea en la que sólo se ríen los niños. Me contagia la risa. Levanto la vista de mi libro y me asomo. No puedo verle a él porque está sentado en mi misma fila, aunque veo a su madre al otro lado del pasillo, hablando tras un ratón de trapo que gruñe porque el niño le ha lanzado por los aires, y entiendo por qué no puede evitar las carcajadas. Pienso que eso es una madre, la que está todo un viaje entreteniendo a un niño, de no más de tres años, que necesita moverse y hablar y levantarse y preguntar, y no aquella que no pararía de regañarle por no estar quieto y sentado. La sonrío. Me ve. Vuelvo a mi lectura y una sensación de placidez me acompaña un buen rato. Sigo escuchando la risa como música de fondo. Siempre ocurre lo mismo: en el momento en el que acaba la película el tren comienza a animarse. La gente se levanta, visita la cafetería, se estira o se muestra más habladora. Y esto último es lo que ocurre con la “pareja” que tengo justo enfrente: la valenciana y el uruguayo. Él aprovecha que ella se levanta para preguntarle por su lectura en el momento en el que vuelve a sentarse. Ella, con un libraco que da miedo sobre psicología vial, agradece no tener que ponerse a leer y comienzan a conversar. No pasa mucho tiempo y observo- sin apenas alzar la vista de mi libro- que ella juega con un mechón de su pelo mientras hablan... Y no puedo evitar acordarme de Flora Davis y sonreír, porque cada vez es más expresiva y las palmas de sus manos se orientan hacia el curioso uruguayo. Al principio pienso que es Argentino, aunque esa forma de pronunciar tan cerrada y la lentitud y encanto con la que arrastra las “elles” me hacen dudar. Es él quien habla sobre su procedencia. A ratos leo, a ratos escucho su conversación y en algunos momentos pego mi cara en el cristal, cercándola con ambas manos, y trato de ver algo del exterior, pero es noche cerrada y hay demasiada luz dentro del coche. Desisto y continúo cotilleando. El otro uruguayo habla animadamente con la mamá que le tocó por compañera. Por su aspecto y la ausencia de alianza concluyo que está divorciada. Botas de caña alta sobre unos vaqueros muy ceñidos y pelo largo y rubio sujeto por una coleta. Una suerte de Ana Obregón. La chica que hablaba con el uruguayo se vuelve a levantar, y este recibe un sms en su móvil. Se lo enseña a su amigo, se ríen y pregunta en voz alta con la esperanza de que alguien le responda: “¿Qué significa borde?”. Y como en un “brainstorming” empiezan a lloverle respuestas de los asientos cercanos: “maleducado” dice uno, “mala persona” dice otro, yo le miro, tuerzo la boca y niego con la cabeza. Relee el sms y repite, con cara de susto, para que todos le oigamos: “me caíste bien pero eres un poco borde”. Nos mira y dice: “¿de verdad significa eso? Y no sabe si reírse mientras le vuelve a mostrar el teléfono a su compañero o llorar. Está desconcertado. Yo, para mis adentros, pienso que el mejor sinónimo es antipático o quizá seco, pero me callo. Hay demasiadas personas en esa conversación. Ahora soy yo quien se levanta y va a la cafetería. Llevo dudando un rato porque el pijo trasnochado lleva todo el viaje allí, asomándose, y no me apetece demasiado quedarme parada junto a él. Pero necesito estirar las piernas e hidratarme. Y entro. Permanezco un rato apoyada en la barra mirando como el limón flota sobre mi bebida. Relleno el vaso de poco en poco y juego todo el tiempo a lo mismo; conseguir que el limón flote y no se quede pegado a las paredes, aunque tratar de concentrarme en semejante banalidad no apacigua mi incomodidad por notar al pijo a mi espalda babeando. Antes de salir tengo que arrancarme los pegajosos ojos del tío del culo; lo hago con un manotazo y no me digno ni a mirarle. Más o menos lo que le ha venido pasando todo el camino. Vuelvo a mi asiento y me dispongo a escuchar a Keane: “Perfect Symetry”. El martes que viene les veré en concierto y quiero habituarme antes a estas nuevas canciones, aunque, por supuesto, son las antiguas las que me harán vibrar. Llegamos a la estación Nord de Valencia y espero, como tantas otras veces, quedarme casi sola en el vagón, pero hoy apenas baja nadie. Bueno, sí, el moreno de gabardina verde al que no he vuelto a ver en tres horas. Y en ese momento recuerdo los cuentos que esta misma mañana leía de Cortázar: “Manuscrito hallado en un bolsillo” y “Cuello de gatito negro”, y pienso que a pesar de los juegos que imagina la gente, de las ventanillas y las miles de posibilidades que pueden darse en lugares tan concurridos como los metros o los trenes, la mayoría de las veces las interacciones quedan en un rato de conversación, sin más. Ni un intercambio de correos ni de teléfonos y ya ni decir tiene el abandonar tu destino inicial y aventurarte a bajar allí donde el destino o el amante ocasional decida. ¿O acaso he dejado pasar experiencias de las que ni me percaté por ir por el mundo con una venda en los ojos?. Es posible. El caso es que siempre me gustó buscar la imagen plana en las ventanillas, mucho más misteriosa y excitante que la tridimensional... las miradas en espejo siempre me resultaron más profundas y penetrantes. Quizá fue eso. Preferí la imagen al ser de carne y hueso. No pasa demasiado tiempo cuando veo que la gente empieza a revolucionarse. Movimiento de abrigos, bolsas, maletas... Desde que conecté el i-pod, me he perdido en mis pensamientos y apenas me he dado cuenta de esos 50 minutos que han transcurrido desde Valencia a Castellón. Me desperezo como una gata, recojo mis múltiples cosas y me doy cuenta de que estoy muy cansada y con ganas de cobijarme en el abrazo reconfortante que me espera en la estación. Mañana lluvia, nubes, humedad o viento huracanado... pero también el Mediterráneo. Ese que me da tanta paz y me arrulla con sus olas.

Dibujo: Mark Langley. 2-6-0 standard locomotive stood at Leeds CityPencil - 59 x 36 cm

domingo, 26 de octubre de 2008

Baile de colores

Aya Kayo

Quiero ser azul, violeta, fucsia, verde y amarilla. Desplegar mis alas y deslumbrar a los demás con mi colorido. Que mis movimientos rápidos sean energía que invite a reír, saltar y bailar. Quiero cerrar los ojos, impulsarme y volar. Volverme aerodinámica y que nada me pueda tocar. Girar en un baile sin máscaras hasta desmayar.

Para después, plegarme y descansar.

domingo, 19 de octubre de 2008

La pesadilla de la Muerte y el Sueño de la vida eterna...


“¡Ojalá mi joven vida fuera un sueño duradero!
Y mi espíritu durmiera hasta que el rayo certero
De una eternidad anunciara el nuevo día (...)”

Edgar Allan Poe.

A veces me pregunto si no estaré muerta. Si aquella vez que “casi” me atropella un coche, que me atraganté, o que perdí el conocimiento durante unos minutos, y al despertar di gracias porque solo fue un “casi”, la vida continuó su curso mientras yo comencé a vivir un sueño disfrazado de realidad... el sueño de creerme viva cuando la realidad es que Muerte me llevó con ella. Y es que a la Muerte y al Sueño, a los sueños, les unen lazos fraternos; siempre van el uno junto al otro...

A veces miro a mi alrededor y quiero preguntar si este mundo y esta vida es el mundo y la vida que viví mientras estaba viva, quizá hace muchos años ya... Aunque de estar muerta, mi angustia de agudizaría porque ya nadie podría responderme, porque los únicos que podrían hacerlo, quienes me rodean, con quienes interactúo, estarían tan muertos como yo...

La única diferencia es que yo me he parado a pensarlo mientras que ellos aún no lo saben.

lunes, 13 de octubre de 2008

Teleología del ser humano II

Imagino, que a raíz de la lectura de la entrada anterior, alguien dejó esta frase en mi correo:

"El vicio es un error de cálculo en la búsqueda de la felicidad..."

Y me deseó unos buenos y viciosos días...

Gracias. Recordaré las palabras de Aristóteles y trataré de encontrar la virtud en el término medio. No vaya a ser que en mi búsqueda de la felicidad termine pecando de viciosa...

(No sé de dónde la sacó, así es que, si te pertenece, házmelo saber y gustosa escribiré tu nombre junto a ella)

domingo, 12 de octubre de 2008

Teleología del ser humano


Ya nos habló Aristóteles, a través de su ética teleológica y eudemonista, del fin último de las acciones del hombre: alcanzar la felicidad. Pero, ¿qué es la felicidad?, ¿cómo se puede alcanzar?, ¿cuándo podemos considerar que somos felices? Demasiadas preguntas y pocas respuestas.

¿Cómo es posible que personas que han vivido o viven auténticos dramas personales sean más felices que aquellos que, en principio, poseen de todo? ¿Es la salud?, ¿el dinero?, ¿quizá el amor?

Aristóteles consideraba que a la felicidad sólo se podía acceder a través de la virtud o razón, mientras que Maslow proponía la realización personal como cumbre de su pirámide. En este último caso, antes de conseguir la autorrealización resultaba imprescindible tener cubiertas las necesidades fisiológicas, de seguridad, de afiliación y de reconocimiento. Entonces, ¿por qué hay personas que aún habiendo conseguido escalar la pirámide no se sienten felices?

Busco respuestas en la persona que más preguntas ha realizado en los últimos años. Me ayudo de las claves científicas de Eduardo Punset y saco las siguientes conclusiones:

Cuando la fuente de la felicidad es el placer, la felicidad es tan efímera como este. Para que la felicidad se mantenga en el tiempo es necesario que partamos del sentido que da a la vida un compromiso. Y en estos días en los que buscamos placeres inmediatos sin pararnos a pensar en las compensaciones a largo plazo de la espera, es comprensible el nivel de infelicidad reinante. Y esta búsqueda del placer inmediato ya nos caracteriza desde la infancia. Pon a un grupo de niños frente a una fuente de caramelos y diles que si no los tocan se les darán caramelos, chocolatinas y todo lo que pidan. Sal de la habitación y observa lo que hacen cuando creen que el adulto no les ve. Sacrificarán una gran recompensa a largo plazo por una pequeña porción inmediata.

La mayor parte de la felicidad radica en la búsqueda o la expectativa. Realmente siempre o casi siempre la expectativa (de un encuentro sexual, por ejemplo) supera la felicidad que nos proporciona la acción en sí. Sobreestimamos la intensidad de la felicidad que nos aportará un acontecimiento, al igual que somos tremendistas a la hora de calibrar la infelicidad de un hecho que aún no ha ocurrido o quizá no ocurra jamás. Así es que a partir de ahora me haré el propósito de ser menos ansiosa y disfrutar del camino, a la vez que tomaré conciencia y trataré de ser objetiva cuando espere que ocurra algo (positivo o negativo).

Puesto que la felicidad se define como la ausencia de miedo y parece que existe un gen que predispone a ser feliz, me pregunto: ¿estoy condenada? Porque los miedos forman parte de mí...

Algo que siempre he sabido es que la visión de conjunto evita que seamos capaces de percibir los detalles y los matices de aquello que tenemos frente a nosotros. Nos perdemos en el todo. No sabemos disfrutar de las pequeñas cosas que, al final, son las que nos proporcionan pequeños momentos de felicidad. ¿Seré capaz alguna vez (antes de jubilarme) de vivir a cámara lenta?

No todo lo que creemos recordar ha ocurrido realmente. A veces, nuestra mente, al relacionarse con el significado en vez de hacerlo con la información, reconstruye los hechos cada vez que reavivamos un recuerdo. Y puesto que un mismo ser humano puede ser más distinto de sí mismo en dos momentos de su vida que de otro ser humano, esta reconstrucción, según avanza el tiempo, nada tendrá que ver con lo que ocurrió (si es que así fue). Parece que la mente nos juega malas pasadas y ayuda a alimentar nuestra infelicidad.

Leí otras muchas cosas como que el amor y el odio son tan similares que resulta imposible diferenciar lo que estamos sintiendo si solamente se mide a nivel fisiológico, o que la depresión es el resultado de un exceso de introspección que actúa como la tela de una araña que al final termina enredándonos... Y la verdad, es que continúo teniendo las mismas dudas sobre la felicidad; incluso ahora me muestro más pesimista que antes. ¿Será verdad lo de la araña? Por si acaso, dejaré que los pensamientos fluyan sin pararme a pensar en ellos...

Si la felicidad consiste en disfrutar de pequeños momentos, os regalo una porción de mi felicidad: encontrarme bajo esta pirámide y observar el efecto mágico del sol sobre ella.

¡Ah! Y si alguien tiene alguna clave para acceder a la felicidad... adelante.

jueves, 2 de octubre de 2008

Filosofía callejera


Hace unos días callejeaba por una zona que desconocía en busca de una oficina de correos. Bajé una cuesta y me topé de frente con la pared de la foto. Iba muy cargada y, como pude, con maneras de malabarista, saqué mi teléfono y tome esta foto. De pronto, miré a mi derecha y me encontré un hombrecillo de esos de la tercera edad que parecen puestos por el ayuntamiento; lo mismo te hacen gestos para ayudarte a aparcar, que se paran a tu lado, en cuanto bajas la guardia, y te comentan aquello que les viene a la cabeza. Se quedó a mi lado mirando la pared y dijo:

- Veo que se ha dado cuenta de que contamos con verdaderos filósofos en el barrio, y por su interés, parece que la filosofía es de su agrado.

Le sonreí y le dije que verdaderamente había llamado mi atención. Continué mi camino, ya más lenta y pensativa, y concluí que el graffiti era cutre y se había cargado la parte trasera de una casa... pero me resultaba agradable por un motivo: no imaginé que a esa conclusión hubiera llegado ni un treintañero ni un cuarentón, sino que, de pronto, un adolescente cargado de egocentrismo, había sufrido una transformación... Ahora veía al otro y le sentía tan único como hasta el momento se había sentido él. Y sobre todo... cargó con un spray y quiso que todos participáramos de su revelación.

A mi me pareció todo un canto al amor.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Parálisis Otoñal

¿Qué tiene el otoño que nos paraliza tanto?

Ninguna estación del año se manifiesta de una manera tan agresiva como el otoño. Casi nadie habla de la llegada del verano (sí de las vacaciones, pero eso es otra cosa), ni de la primavera y ni decir tiene el invierno. Pero el otoño... de una u otra manera se hace mención a su llegada. Deprime... y se supone que la depresión otoñal es fruto, en parte, de la cantidad y horas de luz que dejamos de recibir tras el verano, pero en realidad, en una ciudad como Madrid, ya casi a finales de septiembre, el sol luce y las temperaturas obligan a ratos a despojarse de cualquier prenda más abrigada que una camiseta. Quizá sea el fin de las vacaciones, pero ¿cuántos las disfrutamos hasta el 31 de agosto?, algunos ya llevan semanas e incluso un mes trabajando y da igual, porque la depresión otoñal, o post-vacacional o como queramos llamarla está ahí: en Madrid, Málaga, Castellón, Santander o Cáceres... nos arrastra a todos vivamos dónde vivamos. ¿Quién dijo que en España no había tsunamis?

Los blogs están muertos, apenas se publican entradas. Y la gente comenta que se encuentra más cansada y desmoralizada que antes de disfrutar de un tiempo de vacaciones. Los niños de Infantil trabajan la llegada del otoño en las aulas. Y las inscripciones a cursos de todo tipo, incorporaciones a gimnasios y anuncios de absurdos coleccionables, vuelven a recordárnoslo. ¿Quién decidió que la época de cambio, el momento de los propósitos, y el tiempo de replantearse la vida fueran las navidades? Este es el mes del cambio, septiembre, el de los divorcios, los cambios de trabajo, las iniciativas para mejorar hábitos, el comienzo del colegio, etc.

Y quiero ser positiva... por eso cierro los ojos y recuerdo que:

  • Me gusta tener que abrigarme, que el frío me corte la cara y caminar por el Paseo del Prado girando la cabeza para esquivar el viento y teniendo cuidado para no resbalar con la alfombra de hojas.

  • Me gusta levantarme un domingo por la mañana y ver la lluvia o el cielo gris acurrucada en un sillón, con una taza humeante en las manos y unos gruesos calcetines de lana.
  • Me gusta volver a mis rutinas, el olor a ozono cuando caen las primeras gotas y envolverme en una bufanda.

  • Me gusta como crecen las agendas culturales de distintas ciudades y he de organizarme para poder seguir su ritmo frenético sin perderme nada.

  • Me gustan los bosques, las castañas, las setas y las Dríades.

  • Me gusta la paleta de colores que el otoño me muestra: ocres, naranjas, caldero, marrones, granates y amarillos.

  • Me gusta sentir que avanzo y que se abre ante mí un mundo de posibilidades.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Desaprender

Helen Cooper

Los niños se lamentan mientras tienen fiebre, miran con los ojos llorosos y las mejillas encendidas y no son capaces de jugar... aunque bastan unas gotas del medicamento adecuado para volver a reír y disfrutar como si nada pasara. Lloran mientras les duele el golpe, pero en cuanto el dolor desaparece, son capaces de volver a compartir juegos con aquel que les golpeó. Se unen alegremente, desplegando sus encantos, a aquel círculo en el que nadie les invitó a entrar, o como alguien me dijo hace unos días: “ellos saben cuándo terminar un juego, por más abrupto que sea ese fin, no importa, "no juego más" dicen, y todos entienden”

Me pregunto en qué momento perdemos la capacidad de sorprendernos, cuándo comenzamos a rebuscar en el baúl de nuestras experiencias pasadas, esquemas o guiones, ya escritos, leídos y trillados, o fracasos y frustraciones que en su día nos hicieron daño, con el fin de encontrar una justificación cuando nuestro inconsciente planea hacernos boicot. Y el caso es que los encontramos y respiramos aliviados... ¿Cuántas veces hemos evitado comenzar algo por temor a perder o fracasar? Nada debería poder considerarse una posesión. A lo prestado siempre se le da más valor... porque sabemos que antes o después dejará de pertenecernos.

Quiero volver a la infancia y enfrentarme a la vida con cara de sorpresa e ilusión. Meter un palo por un hormiguero o en la cueva de una araña y esperar sin sacar la mano o salir corriendo antes de ver qué ocurre. Correr tras una pelota sin pensar en el peligro, o llenar con mi presencia y naturalidad un lugar sin pararme a pensar en las valoraciones que los demás harán.

Si actuar en función de las experiencias pasadas es aprender... quiero ser una ignorante, desaprender y volver a ser una niña, no permitirme ver la certeza en lo que aún no ocurrió...

Quiero deshacerme de mi bola de cristal.

martes, 16 de septiembre de 2008

¿Y quién sería yo sin mis miedos...?

"From the Ashes". James Jean

¿Y a qué le tengo miedo?

Me da miedo la vida y me da miedo la muerte, porque no querer morir es no querer vivir. Y tanto lucho por vivir que al final, agoto la vida y la vida me agota.

Me da miedo el qué dirán. No ser perfecta, cometer errores y tener que pagar por ellos.

Me da miedo equivocarme, decidir demasiado rápido o que las decisiones se pudran con tanta espera. Dudar constantemente y terminar pensando siempre que no hice lo correcto.

Me da miedo estancarme, quedarme paralizada viendo pasar mi vida, nutrirme por fotosíntesis.

Me dan miedo el mañana y el ayer. Desconocer el futuro y volver una y otra vez al pasado. No avanzar por estar rodeada de puertas que me lo impiden y cuyo pomo no me atrevo a tocar.

Me da miedo mirarme y no conocerme. Saber que me miento y engaño y hasta me lo creo.

Me da miedo ser dependiente. Dejar de ser yo y convertirme en la sombra de otro.

Me da miedo crecer y no ser ya una niña, la niña de alguien. Ser quien consuela en vez de ser consolada y tener que enfrentarme a todo aquello que siempre vi tan lejano...

Me da miedo fracasar y caerme... porque no sé si me sabré levantar.

Me da miedo el tiempo y sus estragos en mi cuerpo. Me aterra la decrepitud.

Me da miedo saber que se cumplen mis deseos, porque soy ambiciosa y desear, deseo.

Me dan miedo la soledad y la pérdida... porque no sé vivir sin compartir y para compartir necesito al otro.

Me da miedo dormir... pero también despertar.

Así es que me temo, que aún le tengo miedo al miedo.


jueves, 11 de septiembre de 2008

Cabellos que enredan, miradas que hipnotizan...

Impureza y Lujuria (Detalle). Friso de Beethoven. Gustav Klimt

No sé por qué siento debilidad por aquellos artistas que, obsesivamente, pintaban figuras femeninas. En su mayoría eran amantes o mujeres que tras el posado retozaban con el pintor. Prostitutas cuya única manera de subsistir pasaba por el suplicio de permanecer en la misma postura hasta que les dolía el cuerpo, para después seguir trabajando. Me fascinan hombres como Gustav Klimt, Amedeo Modigliani o Alfonse Mucha (creo que este último bastante más virtuoso, no tanto por el dominio de su arte como por el ejercicio de la virtud), tan distintos en su concepción de la feminidad pero tan acertados a la hora de retratarla. Me gusta deleitarme con esos cuerpos sinuosos, desproporcionados o hiper femeninos a los que dieron forma.

¿Existen mujeres más bellas o enigmáticas que Los Peces Dorados, Danae, Impureza y Lujuria o Las Serpientes Acuáticas de Klimt? No lo creo. Sus miradas me hechizan, sus bocas entreabiertas me hablan del placer y la sensualidad, y sus cabellos me enredan obligándome a observarlas una y otra vez.

Le miraban a él.

Y también se sentían fascinadas...

Serpientes acuáticas II (Detalle). Gustav Klimt

Serpientes acuáticas II (Detalle). Gustav Klimt

Danae. Gustav Klimt

domingo, 7 de septiembre de 2008

¡Soy feliz con mi complejidad!



Frecuentemente se mira al espejo y se pregunta quién es. Ni siquiera siempre que se planta frente a él, reconoce la imagen que este le devuelve. A veces lo ha apartado porque, durante unos segundos, ha temido perder la cordura. Ha tomado conciencia del Ser y eso le ha asustado. El miedo, siempre el miedo...

Se pregunta si es quien cree ser o, por el contrario, es esa persona que cada uno cree ver cuando la mira. Si tenemos varias caras o cada uno ve en nosotros aquello que quiere ver.

Piensa en los factores que entran en juego: interacción con otros, asunción de roles, adaptación a distintas situaciones sociales, etc. Y concluye, que somos fruto de la interacción y que es precisamente el otro quien nos dota de personalidad.

Leyó en una ocasión un estudio al respecto de la atracción entre las personas. Venía a decir que nos resultan más agradables, en un primer contacto, aquellas personas con las que compartimos rasgos físicos similares. De hecho, si entre esas fotografías se incluía alguna manipulada que presentara un rasgo (nariz, boca, cejas, etc.) de la persona que hacía la selección, esta era una de las premiadas con su atención. Curioso, ¿verdad?

Se queda perpleja al pensar que si esto es así y no se ha compartido aún una conversación, una mirada, un espacio, etc. ¿ Cómo no va a influir el otro en la cara que mostremos en esa situación?

Le llama también la atención el Efecto Expectativa: saber que el simple hecho de decir algo positivo de alguien, haciéndole creer que no sabemos que lo ha escuchado, provocará que su manera de actuar cambie de manera radical. Para mejor, claro, modificándose así esa “cara” que nos mostraba. “Fulanito es super-educado. Siempre saluda y sujeta la puerta al salir” ¿Qué hará fulanito la siguiente vez que nos crucemos con él en el portal?

Recibe y envía mensajes no verbales de manera constante, al igual que ocurre cuando mantenemos una conversación. Por eso opina que somos una persona para cada persona, porque el todo es más que la suma de sus partes, y dos seres que interactúan crean “algo” no tangible que anteriormente no existía.

Muchas veces se pregunta como podemos resultar seres maravillosos para unos y tan deleznables para otros, o generar amor y odio, siendo la misma persona.

Y llega a un punto en el que no para de preguntarse quién es... sin saber con cual de esos entes se identifica, puesto que incluso dentro de uno mismo, la baja autoestima o el egocentrismo nos hacen mirarnos en espejos cóncavos o convexos, perdiendo definitivamente toda objetividad.

Se pregunta y quiere respuestas, por eso hace unos días decidió actuar. Envió un e-mail a todos sus contactos, a saber: amigos, conocidos, casi extraños, compañeros actuales, compañeros de hace tiempo, familiares y su jefa, entre otros. Les pidió que seleccionaran 5 adjetivos con los que la identificaran. Sin paños calientes... Positivos, negativos o neutros, igual daba mientras fueran los que más podían definirla. Y las respuestas no se hicieron esperar... Hizo un listado; positivos y negativos. Comenzó a añadir, y a añadir, y a añadir y se dio cuenta de que las listas crecían y pocos adjetivos se repetían. Algunos, muy muy evidentes, se ganaban más de una cruz, mientras el resto iban conformando un largo listado. ¿Sorpresas? Pocas. Y las pocas que llegaron, paradójicamente, vinieron de manos de las personas con las que más tiempo había convivido.

¿Se identifica con todas ellas? Sí, es posible, a pesar de que muchas de las características o rasgos son contradictorios.

¿Y qué concluye? Pues ha comprobado que, como bien pensaba, es un reflejo en el espejo que es el otro. Y cada espejo es distinto, y hay muchos, y dependiendo del mimo con el que se mire, la imagen que le devuelve es una u otra. Es parte activa en el proceso, pero es sólo una parte... sigue dependiendo del otro.

Sonríe al pensar que somos mucho más de lo que a primera vista parecemos u ofrecemos, y por eso le gusta escarbar y se precia de haber encontrado auténticos tesoros.

Sigue pensando que no hay nada tan enriquecedor como el contacto, la interacción o la conversación entre dos o más personas.

Y de nuevo, sonríe.

lunes, 25 de agosto de 2008

Volar sin alas...

"Tree girl". Nicoletta Ceccoli

Quisiera ser Baronesa,
para así poder rampar.

Reírme del mundo,
mirar hacia abajo
y en mis propias ramas campar.

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miércoles, 20 de agosto de 2008

Huellas


Caminaba mientras observaba la huella que en la arena imprimían sus delicados pasos. Huellas del número 36, perfectas en su reducido tamaño. Alguna que otra vez, quiso volver sobre las mismas, bien por necesidad o por simple disfrute, pero advirtió horrorizada que sus definidas líneas, al volver a ser pisadas, perdían su particular forma y mutaban a grotescas manchas que ya no reconocía. No obstante, lo más frecuente era no llegar a encontrarlas, o en su lugar descubrir tenues oquedades que se iban difuminando, dejando apenas un ligero rastro imposible de recuperar.

Decidió caminar siempre hacia delante. Y nunca dejar de admirar y sentirse orgullosa de las perfectas huellas del 36 que, hasta ese momento, le habían mostrado el camino.

domingo, 17 de agosto de 2008

Un paseo por las Rías...

"La Isla de Tambo, en la Ría de Pontevedra, vista desde el Mirador de La Granja"

No conocía el Norte. No fue hasta el año pasado que decidí pasar unos días en Santander. Y como no... me fascinó. Siempre me llamó la atención el Sur, quizá por el sol y el espíritu festivo de sus gentes, o quizá porque he tenido que viajar frecuentemente a Cádiz, Sevilla, Huelva, Málaga... y nos tira lo que conocemos. A ciudades como Valencia he llegado a través de sus playas, y durante todo este año me he repartido entre mi Madrid natal y Castellón. Barcelona... no tengo palabras para describir las sensaciones que me acompañan cuando la visito. Nunca me cansaré de perderme en sus calles. Y ahora La Ría de Pontevedra... Un auténtico placer recorrer la ría por la costa y apreciar el color azul profundo del mar a lo lejos. Siempre me ha sorprendido que el color del mar tome matices tan diferentes en función del lugar en el que nos encontremos. Azules profundos, tonos verdosos, amarillos... paisajes para deleitarse y pensar durante horas y horas... o para dejar de pensar y únicamente disfrutar y encontrarse con uno mismo.

Me gusta preguntar, acercarme a las personas del lugar y compartir charlas con ellos. Aprender de sus costumbres y escuchar sus expresiones. Darme cuenta de lo que condiciona el lugar en el que naces o vives. Le robo un pensamiento a alguien que me lo regaló el otro día. Decía algo así: “da igual el interés que muestres por tus raíces. Aun no habiendo vivido nunca en la tierra de tus padres o no haber sentido especial curiosidad, forma parte de tu vida, porque se ha ido colando en ella sin apenas apreciarlo”.

Para alguien que vive en una ciudad como Madrid, lugares como las Rías se convierten en remansos de paz. Existe la paciencia, un concepto de unidad familiar que se disipa en las grandes ciudades, la entrega a quien les visita, la tranquilidad... tengo la sensación de que se trabaja para vivir en vez de vivir para trabajar.

Paseo y pregunto curiosa por la piedra usada en la construcción de algunas casas.

- Es piedra Rosa Porriño repujada- me dicen.

- ¿Y esas cruces altas que veo mire donde mire?

- ¿Los cruceiros?. Más te vale estar en los escalones superiores si aparece la Santa Compaña...

- Pero, ¿eso existe?- pregunto con los ojos como platos.

- Bueeenooo, es como las Meigas, “creer no creo, pero haberlas hailas”. Aunque la verdad es que se han convertido en un motivo decorativo en los patios de las casas, más que otra cosa.

- Hummm.

- ¿Y los hórreos?

- Mira, ahí hay uno. ¿Ves esa parte redonda sobre los pilares? Es para que no puedan subir los ratones. Es como una especie de almacén.

- Perdón, ¿has dicho ratones??

- Claro, o acaso piensas que ellos no buscan alimento. Ya sabes, “más listo que los ratones”

Sigo mirando el paisaje y llego a una Ermita sobre el mar. Pequeña y bonita. Visito la Virgen de la Lanzada.

- ¿Conoces la tradición de esta Virgen?

- No. Te escucho.

- Bien, ¿no has oído hablar de “tomar las 9 olas?

- No.

- Pues si quieres quedarte embarazada, has de entrar en el agua y tomar 9 olas seguidas en el mismo baño. Mano de Santo (bueno, en este caso, de Virgen).

Miro el cielo y el tiempo no acompaña, amenaza orballo; además de que la fiesta es a finales de agosto. Prefiero entrar en la Ermita y regalarme unos minutos de silencio.

Adoro los mercados y no quiero perderme uno en el que hasta las gambas me miran y saltan vivas (difícil encontrar eso en Madrid). Me asaltan las vendedoras que no dudan en ofrecer su mercancía regalándome el oído con sus halagos y referencias a mi persona. Te acercas y te puedes permitir el lujo de “negociar” un precio. Muy divertido. Puedes llevar el “amoado” a la pastelería y te cocinan tu propia empanada. Al igual que no puedes abandonar el lugar sin haber saboreado el pan de cea, la esponjosa rosca, los quesos de Tetilla, San Simón o Arzúa-Ulloa, la empanada de zamburiñas o de manzana, y como no, el Albariño.

- ¿Sabes qué es chuchamel?

- Ni idea.

- Una planta cuyas flores saben a miel. ¿A que no lo habías oído nunca? Es típico de aquí.

- ¡Qué chulo!

- Esta noche cenaremos en un furancho.

- Furancho...

- No preguntes y come.

Cena pantagruélica. Raciones descomunales (me pregunto si es cosa mía, ya que los autóctonos dan buena cuenta de las viandas) y un ratoncillo colándose entre las piedras frente a mi.

(- Estoy en medio del campo- me digo- si hasta le da ambiente... )

Y la verdad es que termino la noche habiendo cenado de maravilla, con unas cuantas copas de Albariño en sangre y charlando animadamente con gallegos de pura cepa.

- Me voy a llenar un saco con todas las consonantes que os vais a comer esta noche- les dije al empezar. Con cariño, por supuesto. Y con una sonrisa lo recibieron. Ya se sabe que el “conceto” es el “conceto”. Adoro su manera de hablar. Es uno de sus encantos.

Me huele a eucalipto, a carballo y a tojo.

En un momento determinado alguien dice:

- Ceo escamento choiva ou vento.

Estoy escarallada. Me aburren los aeropuertos. Y la morriña se hace un hueco en mi pecho al sobrevolar la Ría.

lunes, 4 de agosto de 2008

De Humo e Ilusiones...


¿Qué es el pasado? El pasado es ya. Para cuando alguien lea esto, en su presente, estas palabras ya formarán parte de mi pasado.

El pasado no existe. Sólo existe el recuerdo. Recuerdas haber visto, sentido, vivido... pero, ¿dónde se ubica?. En la nada. Es humo más que disipado.

Y sabiendo esto, ¿por qué vivimos tan aferrados a los recuerdos, a los esquemas mentales, a lo que fue y ya no es nada?? ¿Por qué dejamos de vivir el presente, este mismo instante en el que veo, respiro, escucho y siento, permitiendo que nuestra mente se distraiga con el vacío?

Y también soñamos... y vivimos un futuro que tampoco es nada. Humo bajo el agua.
Esperamos, idealizamos, permitimos que el tiempo pase, tratamos de pasar por encima para llegar cuanto antes a ese futuro imaginado... Volvemos a dejar de vivir el presente y ¿vivimos? una ilusión.

¿Cuánto tiempo del “vivido” podemos considerar que hemos vivido?. Cuánto tiempo estuvimos verdaderamente presentes, conscientes y plenos?

Vivimos condicionados por los sucesos pasados, sin darnos cuenta del poder que tenemos para hacer de cada momento algo nuevo. “Soy tímido”, “carezco de habilidades sociales”, “no soy bueno en esto o aquello”... Nos creamos toda una personalidad plagadita de etiquetas, basándonos en momentos puntuales en los que reaccionamos de esta o esta otra manera, cuando cada momento es una oportunidad única para dar una respuesta distinta que nos sorprendería a nosotros mismos. Somos un PC anegado por pos-it amarillos que nos ahogan y nos recuerdan lo que no somos capaces de ser. Somos bobos.

Hemos perdido la capacidad de asombrarnos porque vivimos anclados en el pasado.

¡Que distinta y nueva sería la vida sin tanto lastre!

Ahora es un buen momento.

viernes, 1 de agosto de 2008

Caída libre

"Amor y Psique". A. Cánovas

Psique cayendo en brazos del Amor, vencida, sin voluntad... permitiendo así el triunfo de la pasión, sin ruido ni contaminación.

El amor es irracional. Siempre surge de manera inesperada y, sin darnos apenas cuenta, se extiende como la hiedra, abarcándonos y envolviéndonos hasta cubrirnos completamente.

El amor es etéreo, intangible, escurridizo... Imposible pasarlo por el tamiz del raciocinio, porque en ese mismo instante, pierde su verdadera esencia.

El amor es impaciente, espontáneo, joven y generoso. El amor nos insufla vida (algo que no ocurre con demasiada frecuencia).
¿Lo ideal? dejarse llevar y no pensar demasiado, si no queremos que algo que fluye con esa gracia y naturalidad, se convierta en una figura moviéndose bajo una luz estroboscópica. Algo raro, mecánico y provocado.

El fin de la hipnótica danza.

martes, 29 de julio de 2008

París es...

París es un lugar que invita a visitar a sus muertos...
El tiempo acompaña, nublado y oscuro. Los gatos negros (del tamaño de un tigre) se pasean entre las tumbas mirando a los paseantes con desdén. El desinfectante verdoso cubre como un velo las moradas del camino... y un guarda de seguridad cobra un salario para garantizar que Jim Morrison sólo reciba tabaco, cervezas, flores o poemas de amor en su oculta y destrozada lápida. Jamás tomo fotografías dentro de un cementerio, por respeto, pero muchas imágenes se grabaron en mi memoria durante ese paseo.
Modigliani enterrado junto a su jovencísima amante, la cual se suicidó al saber de su muerte. Victor Noir, yaciendo en forma de escultura de bronce de tamaño natural, con una abultada y brillante entrepierna debido a una superstición que lleva a las mujeres de todo el mundo a frotarse contra ella.
Tumbas ilustres junto a tumbas anónimas, reproducciones de Balsas de la Medusa, junto a tumbas demarcadas únicamente con una hilera de piedras.
La muerte, la soledad, el silencio...






Donde las papeleras, reducidas a la mínima expresión, llevan un mensaje que reza “Vigilance Propreté”




Donde se hace necesario vender el Arte como un lujo...




Donde la mendicidad y la pobreza pasean por el, paradójicamente llamado, Pont Neuf (el puente más antiguo de París), conviviendo con el consumismo, los diseñadores, las limusinas o los chóferes-seguridad-sombra de mujeres que compran señalando con la mano, sin siquiera mirar a la cara a los dependientes ni perder el tiempo parándose...




Y donde puedes encontrarte a una modelo posando en plena Plaza Vendôme, ajena a los turistas que observamos curiosos...

viernes, 11 de julio de 2008

Mi lado más Friki

Subestimamos el valor de las palabras o de las ideas por el formato. Perdemos oportunidades de disfrutar debido a los prejuicios.

Relacionamos cómics con tebeos, superhéroes, ciencia ficción, adolescentes, etc. Y realmente cuesta creer que, con todo lo que hay por leer, un cómic pueda aportar algo más que un rato de distracción, pero lo cierto es, que he encontrado verdaderos tesoros entre los guiones e ilustraciones de algunos de ellos.

Agradezco a Phantomas que me "regalara" este fragmento de "Swamp Thing", un texto que expresa con gran belleza la necesidad de que algo muera para que pueda surgir vida:

"Le pregunté al Parlamento de los Árboles, cuya sabiduría es mayor y más antigua que la mía. Parecían insistir en que no existía el mal. Pero yo he visto el mal, y su respuesta me resulto incomprensible... Hablaron sobre áfidos que comen hojas, sobre escarabajos que comen áfidos, y cómo estos son devorados finalmente por el suelo, alimentando al follaje. Me preguntaron dónde estaba el mal en ese ciclo y me dijeron que buscara en el suelo. El suelo negro es rico en suciedad descompuesta, pero la vida gloriosa surge de él... Pese a ser deslumbrante, el florecimiento de la vida acaba descomponiéndose en el mismo humus negro. Quizá... quizá el mal es el humus, formado por la virtud descompuesta, y quizá es de esa marga siniestra y oscura de la que surge la virtud más fuerte..." Alan Moore - La cosa del Pantano

He encontrado auténtica filosofía entre sus páginas, además de haberme abierto una ventana a través de la cual ver la vida desde otra perspectiva. Me han regalado una entrada al mundo de la imaginación y de un surrealismo, a veces, más real que la realidad.

He descubierto ilustradores y portadistas que me han dejado con la boca abierta con sus trabajos. He aquí alguno de ellos. Juzgad por vosotros mismos:


"Mr Punch". Dave McKean . http://www.mckean-art.co.uk/









Estas cinco de mi adorado James Jean. http://www.jamesjean.com/. Portadista de "Fábulas" y recientemente captado por Prada para su nueva colección.

Y la morbosa bruja Zatanna, vista por Adam Hughes y Ed Benes.


Adam Hughes


Ed Benes

sábado, 5 de julio de 2008

La niña que habita en mí

Meez 3D avatar avatars games

Nunca me cansaré de jugar.

Ni de sonreir traviesa.

Llevo de la mano a la niña que hay en mí y pasamos buenos ratos juntas, aunque a veces se comporte como lo que es, egocentrismo puro. Caprichosa y malcriada.

Hago auténticos esfuerzos por guiarla con cariño, agacharme frente a ella y explicarle dulcemente el por qué de mi malestar.

Nunca fustigaríamos al otro como lo hacemos con nosotros mismos.

Seguiré insistiendo.

Sobre lactancia, vinculación y contacto piel a piel


Durante la gestación vivimos guarecidos en las entrañas maternas, bajo el abrazo continuo de un útero que nos contiene y nos preserva hasta que estamos preparados para formar parte del mundo.

En el momento del nacimiento, nada más acercar al bebé al pecho de su madre, este está preparado para mamar. No sabe absolutamente nada de lo que la vida significa, ni siquiera que moriría en poco tiempo si no se alimentara, pero su primer gesto es olisquear hasta encontrar su fuente de vida.

Miro a lo lejos e imagino la vida hace miles de años, cientos... nada que ver con esto que nosotros llamamos vida. Sin embargo, un bebé nace con los mismos instintos y las mismas necesidades. ¿Cómo adaptarse a un cambio tan radical?

Los bebés humanos siguen naciendo con el reflejo de prensión palmar y podal que les posibilitaría transportarse agarrados al pelo de su madre durante todo el día. ¿Pelo, digo?? Ya no es que perdiéramos el pelo, es que ya ni vello queda desde que el láser decidiera acabar definitivamente con cualquier rastro que nos quedara. Sin embargo, y a pesar de la evolución, el bebé sigue buscando ese soporte, ese contacto, esa posibilidad de acceder al pecho de su madre en cualquier momento y lugar. Ese abrazo continuo.

Somos una especie de Acarreo y actuamos contra natura cuando nos proponemos “no coger mucho al niño porque se malacostumbra” o darle el pecho cada X horas en función del criterio del Galeno que nos haya tocado en suerte. ¿Qué el bebé llora? Claro, como no, su instinto de supervivencia y sus genes le piden a gritos el contacto físico, la seguridad y el calor que solo una madre puede proporcionar, al igual que la madre llora por dentro porque lo que le pide el cuerpo es atender a esas necesidades.

La vinculación afectiva que se crea entre madre e hijo va a ser fundamental para nuestro posterior desarrollo social y emocional. Y el íntimo momento en el que una madre aprieta a su bebé contra su cuerpo y permite que “beba su vida” es mágico, insustituible y la base para una perfecta vinculación y conexión entre ambos. Fluye la leche al igual que fluye la energía, las miradas, y se genera un intercambio que afecta positivamente a ambos.

Abraza, besa, alimenta naturalmente a tu bebé. Nunca te pierdas un momento en el que puedas apoyarlo contra tu cuerpo desnudo, piel con piel, y mantenerte así durante un tiempo. Tu ritmo cardiaco se acompasará al suyo e incluso seréis capaces de regular vuestra temperatura. Esa unión es única e indiscutible, y nadie debería decidir cuando es el momento de dejar de alimentar a un hijo con leche materna.

Un asco sentir cadenas hasta cuando lo que está en juego es algo tan tuyo como una vida que has creado.