domingo, 5 de abril de 2009

Ganador-Verdugo I

"Las casas de la Judería" Sevilla.

Sonó el mensaje y me pilló arrodillada. Buscaba con prisas las sandalias de una tira que tanto le gustaban y que estaban guardadas yo qué sé donde. No las había sacado desde el pasado verano. Imaginé que sería alguna de sus provocaciones y me contuve para no lanzarme sobre el teléfono. Preferí no llegar tarde a deleitarme con uno de sus cuidados sms. Ya tendría tiempo de leerlo y releerlo de camino a nuestra cita. Me calcé, acomodé la blonda de mis medias de manera que nadie pudiera intuirlas bajo mi escueto vestido de seda y traspasé sin demasiado cuidado “mis imprescindibles”, del bolso que usaba a diario al que había elegido para la ocasión. Cogí las llaves, y mientras me dirigía a la puerta, abrí con una sonrisa pícara su mensaje: “Nico y su fiebre. La chica hoy libra y ella está muy nerviosa. Lo siento, princesa, mañana hablamos. ¿Sabes que te quiero, verdad?”

Me senté en la cama, dejé caer el bolso y clavé las uñas en una de mis medias. Tiré de ella y sentí la carrera llegar casi hasta el tobillo. Esta iba a ser nuestra primera cita en nuestra ciudad, fuera de las cuatros paredes, que si bien variaban, no dejaban de ser una pequeña cárcel que me ahogaba cada vez más. Nos íbamos a dar una nueva oportunidad después de algunos meses sin saber apenas el uno del otro. No sé por qué creí que esta vez sería distinto... nunca lo era. Después de unos minutos en estado catatónico, me dirigí a la cocina y terminé cenando sola ataviada con un vestido que no había llegado ni a estrenar.

Recordé la Terminal 1. Llegué sin atreverme a levantar la cabeza, con el corazón a 1000 y un billete en una de mis manos que no dejaba de temblar. Noté la vibración de mi móvil y mi nerviosismo al tratar de sacarlo del bolsillo: “En la fila de tu derecha, traje azul marino y corbata verde loro. Delante de la mujer de las maletas L. Vuitton” Alcé la vista sin mover la cabeza y le vi sonreír tratando de disimular. Le observé con miradas fugaces todo el tiempo que tardó en llegar hasta el mostrador. Conozco sus gestos en distancias tan cortas que algunas de sus maneras me resultaban novedosas. Levantó su maleta de fin de semana del suelo y se alejó, no sin antes pasar cerca de mí y provocar un roce casual que me dejó sin respiración. A los pocos minutos volví a sentir la vibración: “Asiento 12E. Pide el asiento de al lado. Recemos porque aún no haya sido ocupado... Estás preciosa” Tuvieron que estar los motores en marcha para al fin respirar y poder apoyar mi cabeza sobre su hombro. Ya le conoces... hasta que no recorrió dos veces el pasillo comprobando que no conocía a nadie en el vuelo no quiso sentarse.

El hotel era una suerte de corrala: complicados pasillos, patios andaluces y habitaciones a distinta altura con geranios en las ventanas. Siguiendo el plano que amablemente nos habían facilitado en recepción, subimos y bajamos, pasamos por patios con fuente y sin ella, recorrimos angostos pasillos decorados con estuco, y más de una vez nos equivocamos en nuestra trayectoria y nos vimos parados frente a lugares por los que ya creíamos haber pasado. La ansiedad nos consumía y nos comíamos a besos en cada rincón. Entramos en la habitación transidos de placer. Miró su teléfono con disimulo y su cuerpo se paralizó. No había cobertura y tú estabas a punto de hacer la primera llamada. Se movió nervioso por la habitación, acercó el móvil a la ventana, entró en el baño, salió, abrió la puerta contigua, pasó al jacuzzi y a los pocos segundos saltó un mensaje. Le oí marcar tu número y después pequeñas frases que se me escapaban... aunque noté el cambio en el tono de su voz mientras daba las buenas noches a Nico y escuché perfectamente un “te quiero, duerme bien” mientras abría la puerta de la habitación segundos antes de colgar. Y allí le esperaba yo tragándome las lágrimas mientras trataba de recibirle con la más pícara de mis sonrisas...

Pasamos una noche inolvidable, y la mañana siguiente no lo fue menos. Y no porque ese ansiado día fuera algo para recordar... Llamaste muy pronto por la mañana y te contestó a escasos centímetros de mí, aún medio dormido. Me extrañó que alguien llamara al teléfono del hotel y agucé el oído. Te escuché melosa preguntándole qué tal había dormido y después el resto de la fatal conversación: “Me puedo escapar antes. Llegaré al mediodía. ¿Te alegras, amor? Creíamos que tendría que coger el avión de las 21:00 pero lo he arreglado para irme por la mañana. ¿Cómo desperdiciar tiempo de este romántico viaje (¡sin niño!, jajajaja) que mi querido marido me ha preparado por mi cumpleaños? ¿Me irás a buscar al aeropuerto? Ya sabes que no me gusta andar sola por ciudades que no conozco... ¿sí, amor? Te espero allí, verás que bien lo vamos a pasar...” Él contestaba con frases cortas y monosílabos. Colgó, me besó y me preguntó qué quería desayunar. Hablamos de los rebujitos que habían acompañado nuestra cena la noche anterior y de sus estragos en nuestro cuerpo; de la maravillosa habitación, del hotel y de lo bien que lo habíamos pasado. Esperó hasta que terminamos para decirme que se le habían torcido las cosas y la reunión con su cliente se había adelantado. “¿Fue él quién te llamó?”- le pregunté. “Su secretaria” –me dijo. “Debe de querer irse pronto a casa hoy y le ha buscado billete por la mañana” “Ya”- pensé. “Te crees que soy boba y me voy a creer que una secretaria llama a una habitación de hotel a estas horas de la mañana” Pero no dije nada.

Estaba nervioso y recogía con prisas. Yo le miraba impasible desde el sillón, con la mirada un poco perdida y una mezcla de rabia y tristeza que me paralizaba. Le dije que no hacía falta que me acompañara al aeropuerto, pero él, siempre tan atento, insistió. No había vuelos inminentes así es que tuve que esperar unas 4 horas para poder regresar. Por supuesto se inventó mil excusas para que no le esperara y regresara con él. No llegué a pasar el control de acceso. Se fue antes de que llegara mi turno para pasar el detector y aproveché para salir. Te vi en el aeropuerto. Os vi. Y fue en ese momento cuando decidí escribir esta carta. ¿Qué por qué la escribo? Bueno, trataré de releerla de vez en cuando, en esos momentos en los que flaqueo e ilusionada y alimentada por el paso del tiempo y los recuerdos vuelvo a creer que es posible, que no me dolerá, que lo asumo y es un peso con el que puedo cargar... Porque no quiero ser tú pero tampoco quiero ser yo, víctimas ambas de un solo ganador-verdugo. Quiero un amor sólo para mí, sin encantadoras esposas engañadas de por medio.

Ah, y tranquila, ni tú, ni Nico, ni él llegaréis nunca a saber nada de esto.


Un saludo,

La otra.