miércoles, 24 de septiembre de 2008

Desaprender

Helen Cooper

Los niños se lamentan mientras tienen fiebre, miran con los ojos llorosos y las mejillas encendidas y no son capaces de jugar... aunque bastan unas gotas del medicamento adecuado para volver a reír y disfrutar como si nada pasara. Lloran mientras les duele el golpe, pero en cuanto el dolor desaparece, son capaces de volver a compartir juegos con aquel que les golpeó. Se unen alegremente, desplegando sus encantos, a aquel círculo en el que nadie les invitó a entrar, o como alguien me dijo hace unos días: “ellos saben cuándo terminar un juego, por más abrupto que sea ese fin, no importa, "no juego más" dicen, y todos entienden”

Me pregunto en qué momento perdemos la capacidad de sorprendernos, cuándo comenzamos a rebuscar en el baúl de nuestras experiencias pasadas, esquemas o guiones, ya escritos, leídos y trillados, o fracasos y frustraciones que en su día nos hicieron daño, con el fin de encontrar una justificación cuando nuestro inconsciente planea hacernos boicot. Y el caso es que los encontramos y respiramos aliviados... ¿Cuántas veces hemos evitado comenzar algo por temor a perder o fracasar? Nada debería poder considerarse una posesión. A lo prestado siempre se le da más valor... porque sabemos que antes o después dejará de pertenecernos.

Quiero volver a la infancia y enfrentarme a la vida con cara de sorpresa e ilusión. Meter un palo por un hormiguero o en la cueva de una araña y esperar sin sacar la mano o salir corriendo antes de ver qué ocurre. Correr tras una pelota sin pensar en el peligro, o llenar con mi presencia y naturalidad un lugar sin pararme a pensar en las valoraciones que los demás harán.

Si actuar en función de las experiencias pasadas es aprender... quiero ser una ignorante, desaprender y volver a ser una niña, no permitirme ver la certeza en lo que aún no ocurrió...

Quiero deshacerme de mi bola de cristal.