sábado, 5 de julio de 2008

La niña que habita en mí

Meez 3D avatar avatars games

Nunca me cansaré de jugar.

Ni de sonreir traviesa.

Llevo de la mano a la niña que hay en mí y pasamos buenos ratos juntas, aunque a veces se comporte como lo que es, egocentrismo puro. Caprichosa y malcriada.

Hago auténticos esfuerzos por guiarla con cariño, agacharme frente a ella y explicarle dulcemente el por qué de mi malestar.

Nunca fustigaríamos al otro como lo hacemos con nosotros mismos.

Seguiré insistiendo.

Sobre lactancia, vinculación y contacto piel a piel


Durante la gestación vivimos guarecidos en las entrañas maternas, bajo el abrazo continuo de un útero que nos contiene y nos preserva hasta que estamos preparados para formar parte del mundo.

En el momento del nacimiento, nada más acercar al bebé al pecho de su madre, este está preparado para mamar. No sabe absolutamente nada de lo que la vida significa, ni siquiera que moriría en poco tiempo si no se alimentara, pero su primer gesto es olisquear hasta encontrar su fuente de vida.

Miro a lo lejos e imagino la vida hace miles de años, cientos... nada que ver con esto que nosotros llamamos vida. Sin embargo, un bebé nace con los mismos instintos y las mismas necesidades. ¿Cómo adaptarse a un cambio tan radical?

Los bebés humanos siguen naciendo con el reflejo de prensión palmar y podal que les posibilitaría transportarse agarrados al pelo de su madre durante todo el día. ¿Pelo, digo?? Ya no es que perdiéramos el pelo, es que ya ni vello queda desde que el láser decidiera acabar definitivamente con cualquier rastro que nos quedara. Sin embargo, y a pesar de la evolución, el bebé sigue buscando ese soporte, ese contacto, esa posibilidad de acceder al pecho de su madre en cualquier momento y lugar. Ese abrazo continuo.

Somos una especie de Acarreo y actuamos contra natura cuando nos proponemos “no coger mucho al niño porque se malacostumbra” o darle el pecho cada X horas en función del criterio del Galeno que nos haya tocado en suerte. ¿Qué el bebé llora? Claro, como no, su instinto de supervivencia y sus genes le piden a gritos el contacto físico, la seguridad y el calor que solo una madre puede proporcionar, al igual que la madre llora por dentro porque lo que le pide el cuerpo es atender a esas necesidades.

La vinculación afectiva que se crea entre madre e hijo va a ser fundamental para nuestro posterior desarrollo social y emocional. Y el íntimo momento en el que una madre aprieta a su bebé contra su cuerpo y permite que “beba su vida” es mágico, insustituible y la base para una perfecta vinculación y conexión entre ambos. Fluye la leche al igual que fluye la energía, las miradas, y se genera un intercambio que afecta positivamente a ambos.

Abraza, besa, alimenta naturalmente a tu bebé. Nunca te pierdas un momento en el que puedas apoyarlo contra tu cuerpo desnudo, piel con piel, y mantenerte así durante un tiempo. Tu ritmo cardiaco se acompasará al suyo e incluso seréis capaces de regular vuestra temperatura. Esa unión es única e indiscutible, y nadie debería decidir cuando es el momento de dejar de alimentar a un hijo con leche materna.

Un asco sentir cadenas hasta cuando lo que está en juego es algo tan tuyo como una vida que has creado.