domingo, 3 de octubre de 2010

Caminos sin nombre

"Eudaimonía" Naoto Hattori

Pedir un deseo implica adentrarse en un camino sin nombre. Abrir puertas que quizá nunca se habrían abierto. Cambiar el rumbo de nuestras vida e incluso desmoronarla. Sufrir y no entender: "¿por qué me ocurre a mí esto?" Influir en tu vida y en la de los que te rodean. Hacer del vuelo de una mariposa, un vendaval y después un huracán.
¿Acaso somos conscientes del poder de los deseos?
Hay quien deseó ser rico sin saber que para conseguirlo habría de pasar por la quiebra de su empresa, lo que le condujo a un estado de stress que desencadenó una depresión que su pareja no pudo soportar, terminando solo, sin trabajo y con mucho tiempo, lo que contribuyó a que diera con un nicho de mercado que le enriqueció. Pero, ¿compensa cumplir un deseo cuando hemos de pasar previamente y con desconocimiento por el derrumbe de nuestra vida?
Hay quien deseó aprobar el carnet de conducir a la primera para poder irse de vacaciones en coche, algo que consiguió, no por sus habilidades al volante sino porque ese día, víspera de puente, el examinador quería terminar pronto para no encontrar atasco a la vuelta a casa y poder salir con su familia a pasar el puente fuera, encontrándose en una zona de obras con un conductor inexperto que se le echó encima provocando que se estrellara contra la mediana y no perdonándose nunca el haberse visto envuelto en un accidente que terminó con la vida de uno de sus hijos y con la de un conductor que lucía una L en la luna posterior.
¿Nos paramos a pensar en la responsabilidad de desear algo para los demás?
Pese a ser número 7 según el eneagrama y, por lo tanto, con una idea muy Aristotélica en cuanto a la necesidad de la felicidad como fin último de mi existencia, necesité escuchar todo este razonamiento para darme cuenta del poder de los deseos y de la oración. Ahora mi mantra, o afirmación o deseo, o como quieras llamarlo, siempre es el mismo:
"Deseo que pase lo que pase, sea lo mejor para mí y para los que me rodean" Sin más. Sin especificar. Sin interferir. Quedando en manos de mi destino.
Y quizá no me haga rica en dos días, ni tenga en breve el trabajo de mi vida o me sienta la mujer más afortunada del mundo, pero así me aseguro de ir dando pasitos por un camino con nombre y sin olvidarme nunca de disfrutar del paseo.

sábado, 23 de enero de 2010

A solas...

Aya Kayo

- ¿Al fin te has decidido a hablar conmigo?
- Sí. Cada vez me cuesta menos darme cuenta de que he de recurrir a ti.
- ¿A cuántas personas se lo contaste y les pediste consejo?
- Humm... Tres, cuatro, no recuerdo...
- ¿Te sirvió de algo?
- Ya sabes... En el momento sí. Me desahogo, me siento libre para contar la película a mi manera y me siento arropada.
- Pero luego...
- Pues luego, cuando me sereno y entro en razón, me voy sintiendo mal. La película se va disipando, la razón apareciendo y me desinflo como un globo. Y es cuando me ves caminando cabizbaja con esa sensación de descontrol.
- ¿Aprendes?
- Pienso que se me regaló una vida sólo para eso.
- Repito: ¿aprendes?
- ... Es por este tipo de preguntas por lo que tanto me cuesta ponerme frente a ti.
- Te dieron consejos, ¿verdad? Sobre qué hacer, cómo hacerlo...
- Sí.
- ¿Y crees que las vivencias de otros, su visión desde la platea y su necesidad de verte bien son la respuesta a tus preguntas?
- Ya te he dicho... en el momento me hacen sentir mejor...
- Sabes que son excusas, ¿verdad? Que aferrarse al aire no es la mejor solución.
- Sí... pero a ratos, cuando pasa el tiempo, cuando me quedo sola, cuando mi impulsividad pierde fuerza...
- Sigues viniendo a buscarme demasiado tarde, Missy. Cuando nada te sirve, cuando ves que pese a las palabras de otros y tu aparente conformidad algo te sigue inquietando. ¿Alguna vez conseguirás confiar en mí?


Asintió con la cabeza, tocó su imagen en el espejo y se levantó con algo más de convicción, aunque algo le decía que aquella situación se repetiría...

domingo, 17 de enero de 2010

Confusión

"Zoom Into The Bloodstream" Linda Nye. (Detalle)

Nunca se había drogado. Había desarrollado un superego tan poderoso que ni siquiera en su adolescencia sucumbió a las tentaciones de sus iguales. La sensación de pérdida de control no iba con ella; necesitaba saber en todo momento qué hacía y cuál era el motivo. Racional hasta la médula, invalidó la mitad de su cerebro hasta aprender a razonar, abstraer, memorizar, atender, planificar, hablar, reconocer, recordar, percibir, orientarse espacialmente, sentir y hasta amar usando únicamente su hemisferio izquierdo. Análisis, raciocinio, control... nada dejaba al inconsciente o la intuición.

Llevaba ya unos días sintiéndose extraña. A veces el aire le entraba con tal fuerza en los pulmones que sentía un par de contracciones justo al final de la inspiración, como si estos se protegieran ante la posibilidad de recibir demasiado oxígeno de golpe. El buccinador, cigomático mayor y menor y risorio de santorini eran inervados con demasiada frecuencia, y su presión sanguínea caía cada noche dejándola hiperventilada y extenuada. Se incorporaba, se sentaba a los pies de la cama y agarraba con fuerza las sábanas -mirando el suelo sin mirar-, mientras trataba de identificar todas aquellas sensaciones. Sentía la sangre correr por su cuerpo con tal intensidad que las palpitaciones le hacían temblar. La cabeza se le abotargaba e incluso se mareaba. Cantidades inusuales de feniletilamina borboteaban en sus venas. Pasó sus dedos por su pecho y se los llevó a la boca; sabor a norepinefrina y oxitocina. Reía y lloraba a la vez. Le miraba. Su cabeza se nublaba y sus cuerpos se trababan. Le esnifaba. Le adoraba...

Durante unos días se orientó mejor. Se dejó llevar por su intuición y profesionalmente logró un ascenso. Recordaba todo aquello que antes había tenido que anotar en su caótica agenda. Su piel se volvió hipersensible. Acarició un perro por primera vez. Lloró viendo las noticias, visitó a sus padres con mayor frecuencia, jugó tirada en el suelo con sus sobrinos y empatizó hasta con el portero. Miraba extrañada a quienes hacían algún comentario que no alcanzaba a entender. Eso fue quizá lo que más le preocupó: pensar que las áreas de su cerebro encargadas de realizar juicios sociales y someter a los demás a valoración se encontraban desactivadas en aquellos momentos.

Pero las drogas son drogas y su efecto es limitado.

Y ahora, ya no huele su ropa, le acaricia los labios, o le mira mientras duerme... pero cuenta con un nuevo GPS con el que orientar su vida mejor.

domingo, 10 de enero de 2010

La Mecánica del Corazón

Benjamin Lacombe

Nunca se puede identificar cuál fue el día. Ni la semana. Quizá sí el mes... Pero lo cierto es que te vas dando cuenta de que el mundo ha cambiado a tu alrededor. La laxitud de tus párpados va dando paso a una mirada clara y brillante que los demás perciben. Te miran de otra manera. Sonríen... Y te encuentras riéndote a carcajadas, con una energía que no aciertas a descubrir de donde sale, rodeada de gente a quien apenas habías mirado en mucho tiempo y que te echaba de menos o te pregunta de dónde has salido... porque no dan crédito a la mutación que has experimentado.

Luz, luz y más luz. Luz que emana de otros y que te alcanza con tanta fuerza que sientes como tu cuerpo se estremece. Agitación pausada que te va marcando el ritmo sin necesidad de esa mano que antes te empujaba.

Marioneta sin hilos...

Y todo eso estaba ahí. Nada ha cambiado en esencia. Simplemente me esperaba paciente dándome tiempo a que estuviera preparada para poder verlo.